Comprender el dolor: Por qué nos duele?

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Alguna vez ha sufrido una úlcera en la boca, un corte por culpa de un papel, o ha tomado algo frío demasiado rápido? Duele bastante, ¿cierto? Resulta fascinante como unas «heridas» tan mínimas pueden provocar tanto dolor. Gracias a los avances en neurofisiología, ahora sabemos que la cantidad de dolor que experimenta una persona no siempre es proporcional con la cantidad de tejido dañado en el cuerpo. Pero, entonces, ¿por qué y cómo sentimos exactamente dolor?

Según la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor, el dolor es «una sensación y experiencia emocional no placentera asociada con, o que parece asociarse con, tejidos dañados ya sea a nivel real o potencial». Se estima que 1,5 billones de personas –o lo que es lo mismo, una de cada cinco personas– sufren dolor crónico a nivel mundial. El dolor afecta todos los aspectos de la vida de una persona, y todos los aspectos de su vida afectan al dolor. Y, aunque sabemos mucho sobre el dolor, todavía hay muchas cosas que siguen siendo un misterio.

El objetivo del dolor

El dolor es una respuesta del cerebro diseñada para protegerlo. Imagine que vive en un mundo en el que jamás sintiera dolor: algo así haría que nuestra vida diaria fuese muy complicada, no digamos ya peligrosa. Piense en el dolor como en una alarma; sin él, ¿cómo podría navegar por el mundo de manera segura? ¿Cuándo sabría que debe apartarse de una llama, o que no debe seguir forzando su cuerpo hasta el punto de lesionarse?

El dolor no busca decirle que se ha producido un daño físico en su cuerpo, ni tampoco informarle de hasta dónde abarca ese daño. En ese sentido, resulta bastante impreciso. El dolor está ahí para protegerlo, para avisarlo de que algo no va bien y de que debe parar o cambiar lo que está haciendo para evitar terminar herido o empeorar una lesión ya existente.

El dolor no es más que uno de los mecanismos protectores del cuerpo, pero su cerebro tiene otras maneras de detenerlo a usted en seco y obligarle a prestar atención a lo que está ocurriendo. Piense en la debilidad muscular, en emociones como pueden ser el miedo o la ansiedad, en adoptar una postura de protección o incluso en contener el aliento; todos estos ejemplos son maneras en las que su cerebro le comunica que algo no va bien y que debe cambiarse. Estos factores también influyen en cuánto dolor experimentará.

Pero cómo emerge realmente el dolor en la conciencia?

Road Trip With Raj on Unsplash

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La neurociencia del dolor

El cuerpo contiene más de 70 kilómetros de nervios conectados como una serie de carreteras que transmiten información del cuerpo al cerebro y del cerebro al cuerpo a través de la médula espinal. Es algo que ocurre las 24 horas del día, todos los días, a una velocidad increíble y sin que seamos conscientes de ello. Dichos nervios se encuentran por toda la extensión del cuerpo humano: en la piel, en los músculos, las articulaciones, la columna vertebral, y los órganos. Los nervios cuentan con receptores (considérelos informantes) que ofrecen retroalimentación al cerebro sobre su estado, incluyendo su temperatura, cantidad de movimiento, estado inmunitario, flujo sanguíneo, nivel de estrés, y también cualquier peligro percibido. Son lo que le permite no solo regularse a sí mismo, sino también saborear, oír, moverse y ver, por ejemplo. Al contrario de lo que indica la sabiduría popular, si bien existen receptores del dolor en el cuerpo, estos no envían señales de dolor al cerebro. En su lugar, envían señales de peligro, y a partir de ahí es trabajo del cerebro decidir si dicho peligro es lo suficientemente importante como para justificar el dolor. 

Toda esa variedad de mensajes lucha constantemente por hacerse con la atención del cerebro; la labor del cerebro es clasificar la información que recibe y evaluar cuáles son las prioridades y dónde se exige que preste atención en cada momento. En ese sentido, puede considerar el cerebro como un editor en jefe que está juntando todas las piezas de un rompecabezas a medida que organiza una historia, y esa historia puede ser más o menos acertada. Una vez que el cerebro le ha dado sentido a lo que está pasando, la respuesta viaja de vuelta por la columna vertebral hasta el resto del cuerpo.

Las señales de peligro son señales con una gran prioridad. Los receptores del dolor reaccionan ante estímulos mecánicos, térmicos y químicos. Por ejemplo, cuando se mete bajo la ducha y el agua está hirviendo, esa sensación dolorosa hace que gire el grifo al instante hacia el agua fría. Cuando este tipo de nervios se estimulan lo suficiente –y se requiere bastante esfuerzo para estimularlos–, envían señales de peligro con gran rapidez al cerebro a través de la columna vertebral. Una vez que dichas señales llegan al cerebro, se toma la decisión de si se experimentará dolor o no. Si alguna otra cosa exige su atención en ese mismo instante –por ejemplo, si está intentando huir de una casa en llamas y se ha quemado en el proceso–, es posible que no sienta ningún dolor hasta que el cerebro haya decidido que es una prioridad «ahora», es decir, que lidiará con él una vez que usted se encuentre a salvo. En cambio, si la respuesta es positiva, el dolor hará acto de aparición en su conciencia, iluminando entre 200 y 400 partes distintas del cerebro. El dolor no es simplemente una experiencia sensorial, sino también una emocional. Piense en las ocasiones en las que ha gritado al sentir dolor, o se ha enfurecido, o puede que incluso haya empezado a reírse. En ese sentido, el dolor crónico puede llevar no solo a un declive físico, sino también a dificultades emocionales como la ansiedad y la depresión

Y no solo el dolor puede provocar una respuesta emocional: las emociones intensas, como por ejemplo los traumas sin resolver, también pueden experimentarse como dolor, creando una reacción sensorial nociva. Los estudios sugieren que existe tanto solapamiento entre el dolor físico y emocional que, en ocasiones, a su cerebro le cuesta distinguir entre ambos y determinar la intensidad que percibe.

Cuando el dolor persiste

El cerebro es extremadamente sofisticado y complejo, lo que hace que resulte difícil comprender por completo el dolor. Su experiencia personal del dolor se verá afectada por toda la información que su cerebro no deja de clasificar, por sus experiencias pasadas (como heridas anteriores en la misma zona), predicciones del futuro, cuánto ha dormido, su nivel de estrés, su estado de ánimo, y más. Cuando el dolor persiste durante demasiado tiempo y se convierte en algo crónico, lo que en su inicio fue una herida en el cuerpo pasa a ser un problema con un sistema nervioso cambiante que se ha vuelto más sensible y que sigue produciendo dolor mucho después de que el cuerpo físico ya haya sanado. A medida que pasa el tiempo, estos nervios pasan a estimularse con más facilidad, y cada vez es más sencillo que envíen señales al cerebro. Lo que en el pasado no habría provocado una respuesta de dolor, ahora lo hace, y puesto que el dolor requiere su atención (para cambiar aquello que esté haciendo, o para evitarlo), su concentración sigue centrándose en lo que está sintiendo. Llegados a ese punto se hace difícil pensar en cualquier otra cosa. Siente dolor, así que deja de moverse, pero puesto que deja de moverse, siente dolor. Es un pez que se muerde la cola y que nos dificulta la vida, y puede transmitirnos la sensación de que estamos condenados a «vivir con ello».

La buena noticia es que hay esperanza: el dolor no es inmutable. El sistema nervioso puede cambiar y volverse más sensible, pero también puede revertir a su estado anterior. Es difícil, y requiere tiempo, pero no resulta imposible. Recuerde que tras el dolor hay un ser humano, y que su dolor es real. Cuando miramos a la persona en su totalidad, en lugar de exclusivamente a su diagnóstico, tantos los profesionales sanitarios como los pacientes pueden desempeñar un papel más activo en el proceso de curación y recuperación. Esa es la idea que hay detrás modelo biopsicosocial del dolor. Es importante destacar que el objetivo no es siempre la eliminación del dolor; en ocasiones resulta sencillamente imposible. Y, aunque no siempre es fácil, sí que existen maneras de lidiar con el dolor físico y así volver a ser más activo, y al hacerlo se empieza a disfrutar de la vida en su plenitud. Al empoderar a la persona con herramientas prácticas para gestionar su dolor, además de educarla sobre qué es el dolor (y qué no es), se aumenta la posibilidad de que tome las riendas del mismo y se cambie la manera en que lo percibe. 

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Todo el contenido de nuestro sitio web se investiga a fondo para garantizar que la información que se comparte está basada en pruebas. Para más información, visite las revistas académicas que han influido en este artículo: Assessment Of Pain: Types, Mechanism And Treatment; Chronic Pain And The Health Of Populations; Understanding Pain: Exploring The Perception Of Pain; Contributions Of Psychology To The Understanding And Treatment Of People With Chronic Pain: Why It Matters To All Psychologists.

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